Un 1 de agosto, pero de 1976, el piloto austríaco Niki Lauda sufrió un grave accidente durante el Gran Premio de Alemania de Fórmula 1, que le produjo graves quemaduras que le dejaron marcas de por vida.
Sólo habían transcurrido dos vueltas de la carrera, pero el asfalto aún estaba mojado por toda la lluvia que había caído durante la mañana. Tras un cambio de altura, Lauda perdió el control de su monoplaza, se estrelló contra una barra de protección y salió disparado de nuevo hacia la pista cubierto totalmente por el fuego.
En el accidente permaneció atrapado en la cabina de su monoplaza durante 55 segundos, sufrió fuertes quemaduras de primer y tercer grado en su rostro, cabeza y manos, e inhaló gases tóxicos, dañándole los pulmones.
Tras rescatarlo de las llamas, fue sometido a cuatro operaciones de trasplante de piel. Desafortunadamente, como consecuencia de aquel percance, luchó con problemas de salud toda su vida.
Apenas 33 días después del accidente que casi lo mata, Niki Lauda regresó al volante en el Gran Premio de Monza, en el que acabaría en el cuarto sitio, con los vendajes de su cabeza totalmente ensangrentados, pero con la firme intención de ganar el campeonato mundial de Fórmula 1 de 1976.
Niki Lauda no tardaría en recuperarse. Al año siguiente (1977) y ya totalmente repuesto, consiguió su segundo campeonato.